Lo primero que te hace la edad es cambiarte las palabras, antes te nombraban como “madura”, “madurita”, para pasar a ser “vieja”, “abuela”, “no le pidas a mi novio los mp3, Abue”, el caso es que algunas mujeres para empujar ese momento, cuentan con recursos económicos interesantes.
El otro día vi en televisión que hay cosas que te inyectan y que literalmente te volvés más joven, no permaneces, sino que desandás; te inyectan jugo de células jóvenes, la hormona del crecimiento, y el cuerpo se regenera.
Yo creo que la edad retrocede espantada cuando ve lo que cuesta inyectarse esa hormona; por ahora, es para los ricos, y según la experiencia, nunca llegará a los pobres.
Luego están los liftings, operaciones, cremas, todos subterfugios que además de caros, en mi caso son inútiles porque la familia siempre tiene el mal gusto de recordarte tu edad, festejando tu cumpleaños, prolijamente; mientras mi hija mayor que se autodeclara la contadora oficial, mantiene rigurosamente informados al resto de los integrantes que una tiene mas años que la cuenta de la suma de todos los dedos de los nietos juntos.
De manera que por el lado de teñirme el pelo y sacarme algunas arrugas, no voy a conseguir que mi nieta me aparte de su novio por preguntarle por el próximo recital de Iron Maiden.
Pensando en eso, se me ocurrió la mejor de las ideas: fui a las fuentes, al lugar impensado, pero que te queda en los genes registrados desde niña, me dije, ya sé dónde recurrir con este problema: fui a la iglesia, al confesionario.
Así que sin quejarme, un domingo, sin los remilgos usuales con que rechazaba la caminata de las 20 cuadras, enfrenté las dichosas 20 cuadras recomendadas por el médico, que por supuesto no hice, sino que aparecí en el confesionario.
Padre, le dije, vengo a confesar que no he pecado; pero cómo dijo él, se ha equivocado, seguramente quiso decir que viene a confesar que ha pecado; insistí: no, no, confieso que no he pecado, no he pensado en un hombre de “esa” manera desde hace como...bueno, algunos años, la última vez que toqué “ahí”, fue a mi nieto, de bebé, que, por supuesto, imagino que no cuenta,..., pero, cómo, dice el cura, a quien veo a través del encuadrillado de madera y se nota que es joven.
Sí, así mismo, le confieso que cuando un hombre se me acerca demasiado no solo no pienso pecaminosamente, sino que pienso que me va a asaltar.
Cuanto digo demasiado, ni sé a cuánto, porque no veo bien, y creo que a veces las distancias de me tuercen, las distancias hasta doblan las esquinas, y lo que se me ocurre pensar es cómo voy a recuperar lo que llevo encima, porque yo a la fatalidad la enfrento así, pensando en el próximo paso.
Pero para qué me cuenta esto entonces, me dice, acá se viene a confesar pecados.
Ya llego al punto, le digo, mire, el asunto es que justo por lo que planteo, porque no tengo pecados, es que todos piensan que estoy vieja, que ya estoy de vuelta de todo, de todo bien y todo mal, y ese sí es un pecado, pero no mío, sino de los demás; entonces, usted ahora me da de penitencia unos avemarias, unos padrenuestros, el castigo mayor que tenga, ese que reserva para pecados de los peores, de lujuria, de promiscuidad, de ninfomanía, de Menage Trois y le cuenta a mi hija que estuve aquí, sin decirle para qué, pero nombrando la penitencia, 100 avemarias, 1000 padrenuestros, todos, los que haya que cumplir como si hubiera estado con 3 hombres a la vez, con 4, incluya algún animal, si quiere, póngale actitud, me da la penitencia que quiera, usted me dice y yo cumplo, incluso déme las penitencias de otros pecadores, que yo rezo por ellos, me hinco y le doy a la penitencia, porque después de todo ¿acaso mentir no es pecado?
Creo que el final ya lo conocen, la gente de la iglesia no se caracteriza por la compasión precisamente, me dio apenas un par de rosarios para las mentiras futuras, que ahora debo encontrar el modo de desparramar, sin la ayuda, de una voz autorizada como la del padre.
Por eso he dejado de confesarme, no se puede confiar en la ayuda sacerdotal, estos curas jóvenes vienen todos muy esquematizados, en la era de la globalización no se puede ser tan intransigente.
Adelaida Sharp
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